Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
DESCUBRIMIENTO DE LAS REGIONES AUSTRALES



Comentario

De cómo se dio principio al segundo viaje de las Islas de Salomón por el ya adelantado Álvaro de Mendaña, en cuya compañía fue por piloto y capitán Pedro Fernández de Quirós.
Cuéntase la salida del Callao

Pasados en silencio muchos años, desde el primer viaje arriba dicho hasta el tiempo presente, fue Dios servido que en la ciudad de los Reyes, residencia de los virreyes del Perú, pregonó la jornada Álvaro Mendaña, Adelantado, que por orden de S. M. quería hacer a las islas de Salomón. Tendió bandera, cuyo capitán fue don Lorenzo Barreto, su cuñado, y envió a los valles de Trujillo y Saña otro capitán que se llamaba Lope de Vega, a cuyo cargo estaba levantar gente y hacer bastimentos. Tuvo el adelantado en su expedición algunas dificultades y contradicciones, las cuales facilitó y ayudó a vencer don García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, virrey del Perú en aquella ocasión, conque se despachó y aprestó lo mejor que pudo cuatro navíos, y se fue de Lima al Callao con su mujer doña Isabel Barreto y toda la gente que había de llevar allí; y con las diligencias que hizo persuadió, llevó por capitán y piloto mayor a Pedro Fernández de Quirós, el cual propuso al Adelantado algunas dificultades que se le habían ofrecido en los discursos que hizo en razón del viaje, así de ida como de vuelta, y todas se absolvieron; conque acabó de resolver en ir a la jornada.

Las desórdenes que en esta jornada hubo fueron muchas, y para el intento que en esta historia se lleva, es fuerza decir algunas de ellas, que a mi parecer han sido la causa del mal fin que tuvo.

Las estrellas del octavo cielo son en grandeza desiguales, porque unas a nuestra vista son grandes y otras pequeñas que apenas se alcanzan a ver. Hay quien dice que si alguna de ellas faltara allá en el cielo, que también acá en la tierra faltara el efecto suyo; quiero decir, que no se entienda que la cosa más menuda que se muestra ha dejado de dañar y puede aprovechar su parte.

Embarcóse el maese de campo, y lo primero que hizo fue atravesarse con el contramaestre de la capitana sobre cosas de su oficio, diciéndole palabras de las que obligan poco e indignan mucho. Descartóse el contramaestre, y queriendo vengarse el maese de campo, se lo impidieron ciertas personas de cuenta. Estaba a esta sazón hablando el piloto mayor con doña Isabel, quien dijo: --Riguroso viene el maese de campo; si aquel fuera el modo de acertar en lo que se pretende, tuviera próspero fin, mas a mí muy lejos me parece de acertar. Y vuelto al maese de campo, le dijo que mirase que el adelantado no gustaría que le tratase su gente con el desamor que mostraba, y más por tan leve ocasión. El maese de campo respondió con gran desgarre: --Mire lo que tenemos acá. Y el piloto mayor, lo que es razón en toda parte, mostróse indignadísimo. El maese de campo con altivez replicó: --Conóceme, ¿no sabe que soy el maese de campo, y que si navegamos los dos en una nao y le mando embestir con unas peñas que lo ha de hacer? Replicó el piloto mayor: --Cuando ese tiempo venga, haré lo que me pareciere no ser desatino; y, yo no reconozco en esta armada otra cabeza sino el adelantado que me ha entregado aquesta nao, cuyo capitán soy, y en llegando le diré las obligaciones que tiene y tengo; y créase de mí, que si entendiera ser señor de todo lo que se va a descrubrir, por sólo no ser mandado por quien tanto se adelanta y tan poca reputación muestra, no fuera a la jornada. Dos buenos soldados que se hallaron a estas razones se alteraron de lo dicho, y llegándose al piloto mayor, le dijeron que allí estaban sus personas, pues la suya habían tanto menester para su viaje. Estimó el piloto su buena voluntad, respondiéndoles que no venía a formar bandos: lo demás que pasó se deja.

Embarcóse el adelantado, y con decir que pondría el remedio conveniente se quedó el piloto mayor. Viernes nueve de abril año de nuestro Salvador Jesucristo mil quinientos y noventa y cinco, mandó zarpar áncoras y dar las velas del puerto del Callao de los Reyes del Perú, que tiene de latitud meridional doce grados un tercio, en demanda de los valles de Santa, Trujillo y Saña, de su misma costa y provincia.